Kadhina era su nombre, la más espectacular de todas las odaliscas.
Entre velos y gasas escondía su belleza.
En sus besos, su lengua era un radar que se infiltraba por las grietas del alma, del corazón, de la mente, del amante que se rendía a sus pies.
Ella resucitaba con su danza sensual, con su danza de fuego, a quienes la contemplaban.
Atraía con su exótica belleza a príncipes, mendigos, magnates, marginales, poetas...
los enroscaba en su danza, en su círculo de magia, hipnotizándolos, arrancándole sus secretos.
En sus encuetros amorosos buceaba en el placer y no dejaba superficie sin acariciar.
Atravesaba la noche oscura del alma con estoicismo y profundidad, y su vida transcurría entre danzas y amantes.
Todos lo sabían, ella había nacido para danzar y amar,
y era feliz cada vez que se entregaba a esos dos placeres.
Cuentan que con el tiempo Kadhina se diluyó con los vientos del desierto y se convirtió en arena.
Todo aquel que tenga la oportunidad de apoyar sus pies descalzos sobre aquel desierto donde ella danzaba sentira el vibrar de su cuerpo y el calor de su pasión....
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